Como muchos recordarán hace unos cuantos años las autoridades del puerto decidieron elaborar la llamada “marca porteña”. Después de los concursos de rigor la agencia que se adjudicó la tarea presentó un diseño que no dejaría indiferente al porteño. El afiche mostraba un sombrero al interior del cual se leía en distintos colores el nombre de nuestra ciudad. Una nube de críticas se posó sobre el infortunado afiche, sonando con mayor fuerza aquella que esgrimía que la imagen más parecía haber sido diseñada para la ciudad de Buenos Aires que para la nuestra.
Hoy después de algunos años de su aparición nada se sabe del malogrado diseño, y de seguro varios miles yacen arrumbados en alguna bodega municipal a la espera de que algún funcionario asiduo a los juegos bursátiles lo trance al kilo en la rueda de cemento.
Varios son los hitos que identifican a Valparaíso y pudieron haber sido utilizados para componer la marca porteña, entre ellos; Troles (Trolleys) y ascensores, pero no son los únicos. De seguir recorriendo el puerto nos encontraremos con otro hito, ésta vez imperecedero y no afecto a la indolencia, ni a la falta de dinero. Ellas no se oxidarán ni serán presa del olvido, por el contrario, a pesar de todo se multiplican día a día; son las escaleras de Valparaíso, sin duda un sello más de una ciudad que fue construida al pulso de sus escalones.
Valparaíso posee escaleras de todo tipo y para todos los gustos. Existe la llamada escalera de la muerte en el cerro Las Cañas, pues su inclinación produce un inexplicable vértigo y pérdida del equilibro teniendo a cuenta varias fatalidades. Están además: la escalera del Perdón del cerro Monjas, El Peral, la escalera de El Mercurio y la de Cienfiegos de calle Serrano por la cual quiso decender Jorge Luís Borges en la década de los 70’. El pasaje Apolo en Valparaíso no es un pasaje común y corriente, es una escalera. Recorrer la escalera del pasaje Bavestrello es recorrer las entrañas de un viejo edificio. El Director Holandés Joris Ivens retrató alucinado las escaleras de Valparaíso en su cortometraje llamado “A Valparaiso”, sin acento, tal como el “Valparaiso” del afiche en cuestión.
Están las empinadas, las cortas, las largas, las que se cruzan, las que se topan, las que no conducen a ningún lugar. Las hay de concreto, de ladrillos, de tierra y de madera, con y sin baranda. Las hay con musgo, peligrosas, famosas y desconocidas. No hay cerro del puerto que no cuente con una, son parte esencial de nuestra arquitectura y diseño. Son la arteria más resistente de Valparaíso.
Por ellas subió el marinero en tardes de crudo invierno, la colegiala de piernas torneadas, y uno que otro borracho después de visitar el Roland Bar.
Hace unos cuantos años aparecería publicado el siguiente aviso: “Se arrienda casa cerro tanto, de la calle tanto; soleada, con vista y escalera a la puerta”.
Pablo Neruda dirá que: “Si caminamos todas las escaleras de Valparaíso, habremos dado la vuelta al mundo.” Y cuánto de cierto hay en ello.
En Valparaíso; todas las escaleras conducen al océano Pacífico.
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Apuntes de Sara Vial.
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