En la mayoría de las ciudades del mundo los muertos descansan bajo el paso de los vivos. En Valparaíso la realidad es otra, acá los muertos son enterrados por sobre los vivos; por sobre cientos de porteños que a diario transitan por una de las arterias más concurridas de la ciudad.
En Valparaíso es necesario subir hasta los tobillos del cerro para dar sepultura a los muertos. Ahí se quedarán y nunca más volverán a descender, salvo que algún fuerte movimiento los haga regresar al plan.
Cuenta Joaquín Edwards Bello que en el terremoto del año 1906 una familia se encontraba a la mesa cuando un muerto cayó del cementerio y quedó sentado en ella... “Igual al banquete de una obra de Shakespeare”. A consecuencia del mismo movimiento una vecina de la subida Elías; hoy Cümming, declaró al día siguiente que había hallado sobre unas matas de fucsias un esqueleto vestido con uniforme de soldado de la guerra del 79.
El año 1855 Valparaíso fue azotado por un violento temporal que hizo ceder parte de los terrenos del cementerio.
“un sector que comprendía más de cincuenta tumbas, en gran parte recientes, se deslizó y cayó sobre las casas de la avenida Elías, situadas 150 pies más abajo… ¡Qué espectáculo más terrible! Varias casas se encontraban totalmente destrozadas, otras, enterradas”.
“pero lo que producía la impresión más terrible, eran los numerosos ataúdes despedazados y los cadáveres en putrefacción, que se encontraban diseminados y difundían un espantoso olor”.
Según los archivos de la época aquel día muchos porteños perdieron la vida por acción del alud de ataúdes. Con justa razón se dijo que los muertos habían causado la muerte a los vivos.
Cuando los porteños van a reparar sus anteojos a la óptica “Bülling”, ó a comprar té y píldoras de eucaliptus en la Botica “La Unión”, ó a disfrutar de trozo de kuchen en el café “Riquet”; los muertos de Valparaíso penden sobre sus cabezas. Los feligreses del Cinzano también beben Borgoña con cientos de ataúdes sobre sus sombreros, y claro está, aquel hecho no impide que la sed vaya en aumento.
Después de trepar por la subida Cümming y recuperar el aliento en la plazuela del descanso, llamada “Eduardo Farley” en memoria de primer mártir del Cuerpo de Bomberos, se llega hasta calle Dinamarca; la única calle que posee el cerro.
Al caminar por sobre su huella de piedras nos toparemos con una pesada puerta de fierro oxidado dentro de la cual se abre un panorama único. Todo comienza con una réplica casi exacta de la Pietá de Miguel Ángel; tallada en el estudio Gazzeri de Roma y donada al cementerio por Juan Brown Caces. La real se conserva en la Basílica de San Pedro, nosotros para no ser menos conservamos la nuestra en la Basílica de los muertos del Panteón, cerro destinado a albergar a moradores ya fallecidos. El cerro también es habitado por algunos vivos, pero no se crea que son mayoría, los primeros ganan por cientos.
Tras imponentes columnas dóricas aparece el cementerio Nº 1, y al fondo, más allá del más allá, es posible observar entre vírgenes y ángeles guardianes un océano pacífico a veces azul y otras verde que muerde las playas de Valparaíso.
“Nada es menos fúnebre que este cementerio rozagante y florido donde gorjean, revolotean y retozan un mundo de pájaros, mariposas e insectos… Desde el ingreso, una atmósfera cargada de suaves aromas sorprende y regocija el olfato. La ensenada azulosa aparece cubierta de navíos y surcada de pequeñas embarcaciones; después, a través de un rumor confuso, el oído distingue el canto alegre de los trabajadores y los flujos incesantes de la marea”.
(1)Max Radriguet, 1841-1845.
Como todo cerro que se precie de tal el Panteón contó con ascensor. Este corría por la ladera de la subida Ecuador y aun es posible distinguir sus cimientos. Inaugurado en el año 1901 prestó servicios hasta el año 1952. Al parecer los dividendos generados el 1 de noviembre no eran los suficientes para mantener al ascensor Panteón el resto del año.
Tres son los cementerios que acoge el cerro Panteón: el Nº 1, el Nº 2 y el de Disidentes o inglés.
Ya sabe, si es que algún movimiento terráqueo lo sorprende en las inmediaciones de la plaza Aníbal Pinto, junto con esquivar alguna cornisa asegúrese de evitar que un ataúd le caiga encima.
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(1)Secretario del almirante Dupetit-Thouars, quien comandaba las fuerzas navales francesas en el océano Pacífico
Voces en el Panteón, Historias y Personajes del Cementerio Nº 1 de Valparaíso, Textos de Patricia Štambuk M.
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