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VALPARAÍSO EN EL TIEMPO...

ADVERTENCIA AL LECTOR

Al igual que Valparaíso, ésta simple recopilación de artículos y hechos, todos con más o menos relación con el puerto, no guarda orden algun
o y a veces escapa a la credibilidad.

EL EDITOR.-

28 de mayo de 2010

LA TRAGEDIA DEL TRANQUE MENA


En un lindo cerro de Valparaíso, el mismo que eligiera Pablo Neruda para establecerse y así poder “Vivir y escribir tranquilo”, y lugar donde viviera el recordado libretista nacional Arturo Moya Grau, hubo de ocurrir hace más de 120 años una de las más grandes tragedias que recuerde el puerto.


En los terrenos del regidor don Nicolás Mena, los que ocupaban casi en su totalidad el cerro Florida, hallábase un gran tranque que aseguraba el regadío de sus tierras, fábrica de hielo y de cerveza.


La gran represa se hallaba situada aproximadamente a 270 metros del nivel del mar y era capaz de almacenar cerca de 60.000 m3. El tranque medía en su base 40 metros y en su parte superior 15 metros con una altura de alrededor de 17 metros. A él se accedía por la calle que continua a Yerbas Buenas alojándose al fondo del ceno que forman los cerros Florida y Yungay por sobre el “Camino Cintura”, actual avenida Alemania.


Corría el 10 de agosto de 1888 y una gran lluvia azotaba la ciudad. Al día siguiente cerca de las 08.00 horas se sintió un gran estruendo que estremeció a los habitantes del cerro Florida y sus alrededores. Las grandes paredes del tranque habían cedido a la inmensa presión del agua y en pocos segundos más de 60.000.000 de litros de agua más toda una inmensa carga de desperdicios descendía sin control arrasando con todo lo que encontraba a su paso, principalmente por las calles Yerbas Buenas y General Mackenna.

He aquí tal vez la inspiración que tuviera el cantautor porteño Osvaldo “Gitano” Rodríguez al referirse en su canción al sino trágico de Valparaíso;


Y vino el temporal y la llovizna con su carga de arena y desperdicios.

Por ahí paso la muerte tantas veces la muerte que enlutó a Valparaíso".


La gran masa de barro e inmensos escombros quedó esparcida entre las plazas de Aníbal Pinto y de la Victoria cubriendo el lugar con más de 1 metro de escombros bajo los que yacían cerca de 70 personas sin vida, muchas de las cuales serían arrancadas junto a sus casas por la mortal avalancha.


La catástrofe pudo ser evitada si es que las autoridades hubiesen puesto la atención necesaria a las denuncias que se venían haciendo hacía más de dos años respecto del peligro que significaba dicho almacenamiento de agua en la parte alta de Valparaíso. Sin embargo nada se hizo.


El hijo de don Nicolás Mena, don Marcelo Mena Luna (1860-1932), tal vez cargando en su conciencia la horrible tragedia que ocasionara el descuido de su padre, antes de morir destinaría una cuantiosa fortuna para la creación de una fundación que construyera un hospital para niños que recibiría el nombre de Marcelo Mena y que popularmente se conoce como “Consultorio Mena”.


En la actualidad una inmensa roca de varias toneladas puede ser vista encajada a un costado de la escala Murillo la misma que recorre en paralelo al ascensor Florida, y que es mudo testimonio de la fuerza que tuvo la avalancha.
En el mismo cerro una calle principal y plaza recuerdan el apellido de ésta familia porteña que por desgracia apellidan una de las tragedias más grandes que ha sufrido Valparaíso.

20 de mayo de 2010

LA CUEVA DEL CHIVATO

Valparaíso alcanza uno de sus puntos más estrechos en el sector donde hoy se sitúa el edificio del diario El Mercurio. El apretado trozo de tierra nace a los pies del cerro Concepción descendiendo por el pasaje Ross para toparse con calle Blanco y finalmente desembocar en la avenida Errázuriz, donde pasada la línea del tren y el malecón; se cae al océano más grande del planeta.

El origen de la cueva nunca ha sido esclarecido. Algunos creían que ésta se debía a viajas excavaciones mineras efectuadas en los tiempos de la colonia; otros pensaban que la cueva se había formado por razones naturales; pero una gran parte de los habitantes de Valparaíso creía a pies juntillas que la cueva había sido formada por obra del mismísimo demonio.


La cueva se ubicaba cerca de peligrosas rompientes que el mar azotaba con furia en los meses de invierno, lo que otorgaba al lugar un aura maldita que esparcía con mayor fuerza entre los porteños un miedo sin consuelo.


En aquel lugar, hoy tan concurrido, existía una misteriosa y temida cueva habitada por un chivato demoniaco que por las noches atrapaba a los incrédulos porteños que merodiaban el lugar. El maldito peñasco no sólo era temido por quienes por allí osaban dar paso, sino también por los barcos que descansaban en la bahía y que al más mínimo soplón de norte se veían atraídos hacia las afiladas rocas, los que sin importar la pericia de la maniobra se incrustaban en los acantilados convirtiéndose en astillas, perdiéndose toda tripulación y mercancía.


Tan frecuente fueron los accidentes que se produjeron en éste lugar que fue llamado por los marineros: “Cabo de Hornos”, pues el acantilado del puerto era tan infernal como aquel existente en nuestros límites del sur.


La leyenda cuenta que el demonio se acercaba al océano para atrapar a las sirenas que peinaban sus cabelleras en los roquerios. Los porteños aseguraban que en las noches se aparecía el diablo con la apariencia de un robusto chivo que con su mirada hipnotizaba a sus víctimas impidiendo así su fuga. Los que lograban encontrar huída lo hacían desenfrenadamente hacia el mar donde encontraban la muerte destrozándose al caer en las rompientes donde se podían ver restos de animales y huesos humanos, todos sin rastros de sangre.


La historia que ha pasado de boca en boca por los porteños durante más de 100 años cuenta la historia de un hombre que en la noche más oscura y tormentosa de todas las que pueda imaginarse el puerto, junto a su nave fue a estrellarse en los temidos acantilados. Al lograr desembarcar en las rocas con las costillas afuera y repleto de sangre, pudo observar la maldita cueva, y cerca de ella sintió el llanto y súplicas de algunas mujeres de la tripulación. Las súplicas serían escuchadas por el maldito Chivato, y al ver la sombra que tomaba a las mujeres y las arrastraba hacia los confines de esa cueva de la muerte hubo de desvanecerse pensando que allí moría. Al otro día, al despertar, pudo darse cuenta que era el único sobreviviente.


Con el correr de los años la llegada de la dinamita hizo desaparecer la cueva y permitió el establecimiento del comercio, el lugar pasó de ser llamado “Cabo de Hornos” a “Calle del Cabo”, en la actualidad calle Esmeralda.


A contar de los siglos XVII y XVIII se comienzan a levantar, tímidamente, algunas casas en el sector. En el año 1814 a petición de la asustada población la policía instala un farol para brindar un poco de luminosidad al lugar y hacer más seguro el paso entre el Puerto y el Almendral.


A fines del siglo XVII el comerciante Joaquín de Villaurrutia adquirió dichos terrenos, incluyendo la temida “Cueva del Chivato”, la que fue dinamitada parcialmente para construir allí las bodegas que utilizaría para almacenar sus mercancías. A poco de andar la mala fortuna comenzó a rondar a de Villaurrutia presentándosele problemas de variada índole.

Premunido de una fragata, de Villaurrutia pretendía mantener el régimen colonial, la que a poco de andar cayó en manos de los patriotas en el año 1821. La mala suerte continuaría y el barco pondría fin a sus días estrellándose en los roquerios existentes frente a la “Cueva del Chivato” el año 1839.


En el año 1833 Mr. Waddington adquiriría gran parte del cerro Concepción, “Cueva del Chivato" incluida. Waddington ordenó la demolición de la cueva haciéndola desaparecer por completo. Según se cuenta la maldición de la “Cueva del Chivato” también alcanzó a Waddington.


En el año 1830 marineros ingleses ingresaron a la temida cueva y expulsaron de ella a un grupo de delincuentes quienes habían ubicado allí su centro de fechorías, siendo ellos y no el demonio los causantes de tanto delito atribuido al diablo.


Una placa incrustada en la roca y cubierta de las enredaderas que caen del cerro recuerda el lugar donde estuviere la mítica cueva. (Antigua Cueva DEL CHIVATO).

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Placas como estas se encuentran en otros rincones de Valparaíso y nos cuentan lo que allí existió en tiempos pasados, como así también los antiguos nombres de las calles.
Las placas serían iniciativa de Renzo Pecchenino “Lukas”
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17 de mayo de 2010

EL VALPARAÍSO DE DAVID PORTER


David Porter fue un destacado marino de los Estados Unidos; comandante de la fragata Essex que zarpó desde Filadelfia con el propósito de hostigar a la marina mercante inglesa del pacífico a raíz de la guerra entre ambos países declarada en junio de 1812.

La primera recalada de la Essex en el puerto de Valparaíso se registró en marzo de 1813, no sin antes atravesar el “Cabo de Hornos” convirtiéndose en la primera nave en la historia de la armada estadounidense en cruzar el más austral de los tres grandes cabos de la zona meridional del planeta.


La Aurora de Chile escribiría: “el día 21 de marzo de 1813 dio fondo en Valparaíso una fragata de guerra anglo-americana con 40 cañones y 350 hombres de tripulación procedente de Filadelfia, con cuatro meses y medio de navegación. Su capitán y comandante es Mr. Porter: el nombre del buque es la Essex, y viene con destino de proteger el comercio de su nación".


Tan sólo ocho días estaría la Essex recalada en el puerto siendo su tripulación amablemente atendida por los habitantes del puerto, quienes hasta nuestros días sufren de una singular efervescencia al enterarse de la llegada de alguna nave extranjera, principalmente si lo es del norte del continente.

La estadía en costas sudamericanas hubo de ser fructífera para el capitán Porter, logrando para si doce naves y un suculento botín.


El 15 de febrero de 1814 volvía Porter a Valparaíso para abastecerse y tomar rumbo a su país, no sin ser asechado atentamente por los ingleses, situación no desconocida para el capitán Porter.

El 28 del mismo mes encontrándose la Essex en nuestra bahía vio aparecer en el horizonte los buques fragata ingleses Phoebe y Cherub, comandados por el comodoro James Hillyar, cuyo poderío sobrepasaba al suyo.

El comandante Hillyar exigió la rendición de Porter, rendición que no fue acatada preparándose la Essex para el combate que se libraría frente a los cerros Barón y Los Placeres.


La batalla fue cruenta y se prolongó por más de tres horas dando muerte a casi todos los oficiales y tres cuartas partes de la tripulación de la Essex, situación que obligó a Porter a rendirse.

Cuando James Hillyar subió a la Essex para recibir la rendición pudo observar el desgarrador escenario que mostraba una cubierta inundada de sangre y atestada de cadáveres. Los norteamericanos perderían 58 hombres, cerca de 31 desaparecidos y 65 heridos. Los británicos en cambio sólo perderían 5 hombres y registrarían 10 heridos.


Este combate es considerado uno de los hitos de la historia naval de los Estados Unidos.

En el cementerio de disidentes del cerro Panteón se encuentran enterrados los caídos del Essex.


Destacada fue la trayectoria que tendría David Porter sirviendo a la marina de los Estrados Unidos, razón por lo que una vez retirado del servicio se lo homenajea otorgando su nombre a un pueblo en el estado de Indiana el que sería llamado “Porterville”.

Pero Porter nunca hubo de sentirse cómodo con el nombre asignado en su honor y algunos años antes de su muerte solicitó a las autoridades se diera a Porterville otro nombre, uno que para él representaba gran importancia pues allí había librado su batalla más memorable.

Desde aquel entonces en el estado de Indiana hay un pueblo nombrado a honor y voluntad del marino David Porter que recibe por nombre el de “Valparaíso".

14 de mayo de 2010

EMILE DUBOIS

Seguramente el nombre de Luis Amadeo Brihier Lacroix no nos diga mucho, no así el de Emile Dubois, el que sin duda nos hará recordar la historieta fugaz y entre oída en alguna conversación que tuviera como fondo; el infausto manto que durante su larga historia ha cubierto a Valparaíso.

Luís Amadeo Brihier Lacroix; popularmente conocido como Emile Dubois, nació en Pas de Calais, Francia, el 29 de abril de 1867.

La crónica publicada en el diario El Mercurio el 16 de junio de 1906, a propósito de su detención, lo describe como de estatura mediana y contextura bien organizada. Bigote y perilla rubia y peinada hacia atrás. Su mirada y frente denotan altivez y audacia. A menudo solicitaba préstamos de dinero, valiéndose de mentiras que denotaban su habilidad, adquiriendo entre no pocos la fama de petardista.

Según la novela de Patricio Manns “La vida privada de Emile Duvois”; Dubois poseía la catadura de los tipos extraordinarios, aquellos que mueren por sus ideas o por sus excentricidades. Además agrega, que Emile Dubois fue un aventurero culto y que durante su vida, junto con cometer atroces crímenes, realizó un sinfín de otras actividades como por ejemplo: escribir una obra de teatro que dirigió y actuó en el teatro La Comedia de Barcelona, España; ser comandante guerrillero en Colombia; dirigente de los obreros bananeros en Ecuador; ingeniero de minas en Bolivia y entrenador de fútbol en Buenos Aires.

Al arribar a Chile ya contaba con una lista de personas que debía asesinar, todos ellos usureros extranjeros o hijos de estos. Según el juez Santiago Santa Cruz, quien lo condenó, la sed de venganza y muerte de Dubois se debía a la suerte corrida por su familia la que había sido timada por uno de estos.

Emile Dubois no escatimaba rudeza al cometer sus crímenes, los que principalmente cometía ayudado de un “tonto” de goma y una daga.


El primer asesinato lo comete en Santiago el 7 de marzo de 1905, siendo su víctima Ernesto Lafontaine, contador general del molino San Pedro, en sus oficinas de calle Huérfanos. Junto con el robo Dubois destruyó todos los muebles.


El 4 de septiembre del mismo año, ya en Valparaíso, es asesinado el comerciante de 65 años de edad Reinaldo Tilmanns en la bóveda de su almacén de importaciones de calle Blanco.


El 14 de octubre del mismo año, corre igual suerte un acaudalado y conocido comerciante alemán, de 55 años de edad, Gustavo Titius. Hubo robo, pero esta vez no se dio a la tarea de destrozar muebles.


El 4 de abril de 1906, en la puerta del domicilio del Pasaje Ludford de Valparaíso, agredió a puñaladas al comerciante francés Isidoro Challe, quien se recuperó más tarde.


El 2 de junio de 1906, cerca de las 18.30 horas, se encontraba en su estudio el dentista norteamericano Charles Davies, ubicado en la plaza Aníbal Pinto, cuando escuchó ruidos extraños en la puerta de calle, sorprendiendo a un individuo que trataba de ingresar. Increpado por Davies, el hombre negó tener malas intenciones, pero cuando conversaban, Dubois extrajo un garrote de goma y le asestó un golpe en la cabeza. Sin embargo, esto no abatió al corpulento dentista, quien comenzó a dar fuertes gritos de auxilio, lo que motivó la concurrencia de varias personas, Dubois se vería obligado a darse a la fuga.

La huída tomó rumbo por la calle Melgarejo, perseguido por transeúntes y un guardián de facción en la plaza Aníbal Pinto, quienes gritaban "¡al pillo, al pillo!". Frente al pasaje 6, fue tomado por el guardián. Sin embargo, logró zafarse y siguió su carrera hasta Errázuriz, donde finalmente fue capturado.


Ante la policía dijo llamarse Emile Dubois Morales o Murralley, que era ingeniero de minas, incluso portaba tarjetas de visita como tal. En su huida había dejado caer una daga de acero que se ataba a la muñeca, un manojo de llaves ganzúas, el "tonto" de goma y una linterna.

Emile Dubois contaba con 38 años de edad y aseguró que había nacido en Francia, aunque arribó al país con que papeles que señalaban como lugar de nacimiento Bogotá, Colombia.


El Mercurio de Valparaíso tituló el asesinato de Titius: "Nuevo crimen en el centro comercial. El señor Gustavo Titius asesinado en su oficina. Cómo se encontró el cadáver. Las primeras diligencias de la justicia. Quién era la víctima. Indignación pública por el suceso".

La prueba que finalmente lo inculpó, fue un reloj Waltham que había pertenecido a Lafontaine y que con el nombre de Luis Brihier, habría empeñado en la agencia “La Bola de Oro”. El proceso a cargo del juez del crimen de Valparaíso, Santiago Santa Cruz, fue implacable, y ni el indulto que su abogado pidió al presidente Pedro Montt y que el Consejo de Defensa del Estado le negó por una mayoría de nueve votos, lo salvaron. Emilio Dubois fue condenado a muerte por el homicidio de Ernesto Lafontaine.

En la cárcel de Valparaíso, a la espera del pelotón de fusilamiento lo sorprende el terremoto del 16 de agosto de 1906. Debido al desorden se cree que Emile Dubois se ha fugado, por lo que se ordena realizar una revisión, encontrándoselo bajo algunas latas y luciendo una apariencia completamente distinta. Se había afeitado la pera y sus esposas habían sido limadas. Interrogado en el acto, contestó que un compañero de prisión le había proporcionado un poncho y un sombrero y que había hecho limaduras; pero que no tenía intención de fugarse. (El Mercurio, 25 de agosto de 1906).

El 27 de marzo de 1907 Dubois debió cumplir con la sentencia. Una hora antes del fusilamiento, Dubois formuló declaraciones a los periodistas, entre los que se encontraban dos representantes de "La Nación" de Buenos Aires.

El Mercurio reprodujo, entre otros, el siguiente diálogo, que reflejaban la gélida tranquilidad de Dubois:


"Nos dirigimos entonces a hablar con Dubois. Al vernos, éste exclamó:

"Han llegado ustedes muy temprano, la ceremonia será a las 8".

-Sí, Dubois, hemos venido cumpliendo con nuestro deber.

"Ah, ya lo sé, el deber de contar todo, es muy natural, hoy es lo más interesante".

- Usted demuestra mucho valor, le dijimos.

"Ah, no; el valor lo demostraré más tarde, aún estoy en mi celda; cuando esté ante la boca de los rifles, entonces estaré valiente, aquí todavía no hay peligro, aquí estoy tranquilo. En mi vida he sentido el silbido de las balas muchas veces, hoy sentiré su efecto".

- No queremos molestarlo más. Adiós Dubois, valor.

"Antes me decían ustedes, "hasta otro día", hoy me dicen "adiós", tienen mucha razón. Adiós, señor".


Frente al pelotón de fusilamiento, se negó a toda costa que le vendaran los ojos, y luego pronunció un tranquilo discurso a los presentes, terminando con la palabra, en tono de orden: ¡Ejecutad!


El día anterior se había casado en la cárcel con su conviviente Úrsula Morales, que no escatimó esfuerzos para lograr el perdón o indulto de Dubois. En el mismo acto reconoció a su pequeño hijo.


"Yo no soy un asesino, sino un santo". Replicó a los fusileros antes de morir, no si antes indicarles: “¿Sabéis dónde se encuentra el corazón, muchachos?” colocando la boquilla de su pipa sobre su pecho para marcar el sitio exacto donde debían apuntarle.

“Se necesitaba de un hombre que respondiese de los crímenes que se cometieron y ese hombre he sido yo. Muero, pues, inocente por no haber cometido yo esos crímenes, sino porque esos crímenes se cometieron. Ejecutad”. (Emile Dubois, en El Mercurio, 27 de marzo de 1907).

Sus restos fueron sepultados en algún lugar del cementerio de Playa Ancha. En el sitio en que la tradición dice que están sus restos es hoy un lugar de veneración donde la gente agradece los favores concedidos.