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VALPARAÍSO EN EL TIEMPO...

ADVERTENCIA AL LECTOR

Al igual que Valparaíso, ésta simple recopilación de artículos y hechos, todos con más o menos relación con el puerto, no guarda orden algun
o y a veces escapa a la credibilidad.

EL EDITOR.-

4 de octubre de 2010

18 de septiembre en el Pasaje Prefecto


Es 18 de septiembre y por una estrecha escalera que parece no conducir a ningún lugar va lento y pensante Pablo Neruda. Hace poco ha dejado “La Sebastiana” y se apronta a tomar el ascensor Florida. Está contento, pues hoy celebrará un nuevo aniversario de la inauguración de aquella casa alada y firme, un poco solitaria y de vecinos casi invisibles.

La escalera que parece no llegar a ninguna parte desemboca en un pasaje escondido en las caderas del cerro, dibujado entre los límites imaginarios que trazan los colores de sus casas y que lleva por nombre el de Prefecto Lazo.

Luego de dar algunos pasos llega hasta calle Marconi (Guglielmo Marconi), premio Nobel al igual que él, quien por haber desarrollado la telegrafía sin hilos, jamás haber estado en Valparaíso, y menos haber legado a gran parte del mundo su poesía imperecedera, apellida una calle del cerro Florida. Pero a Neruda aquello no ha de importarle.

Al entrar al ascensor y captar las miradas de sus compañeros de descenso decide echar la vista al pacífico, y tal vez quién sabe, recordar: “Que se entienda, te pido, puerto mío, que yo tengo derecho a escribirte lo bueno y lo malvado y soy como las lámparas amargas cuando iluminan las botellas rotas”.

Casi 50 años más tarde “Santiago es Chile” se sumía en un delirio insostenible por celebrar a como diera lugar sus 200 años pretendiendo para ello comprimirlos en sólo cuatro días y una cápsula. Pero por suerte no todo estaba perdido.

Los vecinos del pasaje Prefecto Lazo hubieron de organizarse para celebrar estas fiestas patrias al compás de notas más amables y sin la necesidad de izar mega banderas. En aquella fiesta de barrio no se exaltó el chovinismo que por estos días fue el pulso obligado del país, por el contrario, el pasaje fue adornado con ramas de eucaliptus, banderitas chilenas y la alegría de los niños que corrían ensacados mientras el cielo se cubría de volantines.

Un poco más arriba una vecina con mano de monja ofrecía empanadas de horno al resto de sus vecinos. Deliciosas, con tres aceitunas, carne en trozos, cremosas y capaces de noquear al más estricto de los paladares.

En esas fiestas pudo rescatarse el paso cansino del Chile de antaño que no requería de grandes supermercados ni malls con puertas automáticas y escaleras mecánicas para abastecerse y poder disfrutar junto a los suyos de esas fiestas con gusto a campo y que recuerdan los albores de nuestra independencia.

Aquí existen los almacenes de barrio, con olor a pan y gatos echados en el mostrador haciendo las veces de guardia, sus puertas siempre están abiertas y de sus escaleras de piedra a lo más crecerá el musgo y unas cuantas flores.

Así, entre niños jugando, vecinos, barrio, cerro, parrilla en la vereda, banderitas al viento y una que otra vecina primorosa capaz de hacer entonar el mea culpa al solterón más empedernido, hubo de conmemorarse el inicio de nuestra vida independiente, alejado del mundanal carnaval dieciochero y a la sombra del poeta que aquella tarde, seguro estoy, vi caminar fugaz entre la multitud y la música rumbo a “La Sebastiana”.

¿Sabes por qué a Valparaíso le dicen "Pancho"?
















Se presume, porque nada puede darse por sentado cuando hablamos de Valparaíso, que su nombre le fue dado por el descubridor español Juan de Saavedra en honor de la que fuera su ciudad natal: “Valparaíso de arriba”.

Otra versión nos cuenta que los soldados del navegante genovés Juan Bautista Pastene le darían el nombre de “Val del paraíso” (Valle del Paraíso), el que con el correr del tiempo se transformaría en el que hoy conocemos.
No satisfecho con aquello, y sólo porque Valparaíso es una ciudad excepcional por donde se le mire, hubo de generar para si un simple pero a le vez cálido sobrenombre: “Pancho”.

Aparentemente aquel le sería otorgado por los marinos que ingresaban a la costa y divisaban desde la distancia a la iglesia San Francisco. Su rojiza torre servía de faro destacándose entre los cerros y convirtiéndose en referencia obligada para quienes al verla sabían que por fin habían llegado a Valparaíso, pues allí estaba la iglesia San Francisco. Allí estaba “Pancho”.

Sin perjuicio de lo anterior no debemos olvidarnos que nuestros antepasados porteños, los “Changos”, le darían al lugar el nombre de “Aliamapu”, que en mapudungún quiere decir "tierra quemada", por lo que se puede deducir que la presencia de incendios en Valparaíso no ha de ser nada nuevo.

He aquí la razón del por qué fuimos, entre otras cosas, pioneros en la organización del primer Cuerpo de Bomberos del país, fundado el 30 de junio de 1851.

Al parecer el destino de Valparaíso está inefablemente atado al fuego, pues toda desgracia natural o provocada por el hombre da como resultado un gran incendio. El bombardeo español de 1866 provocaría grandes incendios al igual que el terremoto de 1906, que más que provocar daños a consecuencia de su fuerza, habría de iniciar violentos incendios que destruirían casi en su totalidad el barrio del Almendral e importante parte del Puerto. Otro gran incendio y explosión se produciría el 1 de enero de 1953 y costaría la vida a 36 Voluntarios del Cuerpo de Bomberos.

Para Valparaíso los incendios han sido históricamente su talón de Aquiles. Su construcción compuesta básicamente por tabiquería, el fuerte viento que aviva la más mínima de las llamas y el descuido constante de los porteños, la convierten en escenario propicio para que el fuego actúe a sus anchas.

Ha de ser difícil en nuestros días encontrar ciudades alrededor del globo en las que ocurran tantos incendios como en Valparaíso, pues así y todo no existe una real conciencia social al respecto, los planes de prevención emanados de la autoridad son casi inexistentes, y los Bomberos nunca logran vender los suficientes números de la rifa para apalear los altos gastos operacionales que significa mantener a uno de los Cuerpos de Bomberos más atareados del país.

La vieja iglesia puesta en pie por la comunidad franciscana ya había sufrido un gran incendio el año 1983. En aquel entonces la conciencia patrimonial ciudadana y de las autoridades no era ni la sombra de lo que es hoy, e igualmente pudo ser restaurada. Con lo anteriormente dicho; no quiero decir que la conciencia patrimonial a la que se ha llegado hoy sea la adecuada, para ello aun nos falta mucho camino por recorrer.

Hoy nuevamente el fuego ha vuelto a mostrarnos su danza humeante, la misma que tantas veces ha sacudido a los porteños al compás de las sirenas del Cuerpo de Bomberos, ésta vez claro, tomando por presa a un importante símbolo de la ciudad.

Pasará largo tiempo para que podamos ver a la iglesia San Francisco nuevamente recibiendo a los fieles del cerro Barón con sus puertas abiertas de par en par. Sabremos de colectas, de rifas, de bingos, de decepciones, de quienes rajarán vestiduras y de quienes evadirán responsabilidades, pero más temprano que tarde la veremos nuevamente erguida con su interior pulcramente barnizado, y así cada vez que algún forastero nos pregunte por aquella torre rojiza en el cerro podamos, repletos de orgullo, responder con aquella famosa pregunta: ¿Sabes por qué a Valparaíso le dicen Pancho?

29 de agosto de 2010

PEORES CORNÁS DA LA INDIFERENCIA


“Srs.

Usuarios Ascensor Cordillera

Según lo informado hace 2 meses atrás el ascensor Cordillera deja de funcionar el día 31 de julio del 2010. Agradecemos a nuestros usuarios su preferencia durante estos años. Esperamos vuestra comprensión por esta lamentable situación.

Administración.”

Con este escueto aviso se informaba del cierre del segundo ascensor más antiguo de Valparaíso.

La vieja calle Serrano, reina indiscutible del comercio de Chile de la segunda mitad del siglo XlX; se debate entre el dolor y la indolencia, ganando cada cierto tiempo una nueva cicatriz.

El 2007 sería el fuego el que arrasaría con cuatro vidas y varios edificios, transformando al otrora cosmopolita hervidero en algo similar a un campo de batalla. Este año otro incendio, por suerte de menor envergadura; congelaría la emprendedora acción de levantar a pasos de la escala “Cienfuegos” un fabuloso hotel cinco estrellas que sin duda vendría a recomponer el rostro que caracterizó a calle Serrano. Finalmente, una certera cornada habría de detener al viejo ascensor.

Nuestro aclamado cronista y coterráneo Joaquín Edwards Bello, el mismo que tantas veces recorriera calle Serrano vistiendo tongo de Presciutti, solía repetir en sus crónicas venidas de España aquello de que: “Peores cornás da el hombre”; en relación con las que el bravo Miura da en la arena.

En nuestro caso, en el caso de Valparaíso, diremos que “Peores cornás da la indiferencia”, pues es ella la que hoy se ha dado a la tarea de enterrar sus pitones a diestra y siniestra en las débiles articulaciones de éste viejo y ensangrentado torero apodado en sus años de gloria como: “El Gran Pancho”.
¿Cuántas cornadas más aguantará el pobre torero?

Fantástico sería poder disfrutar de la vieja calle Serrano y sus alrededores contando para ello con un comercio que se componga de atractivas tiendas y restoranes, llamativos bares (ya los hay), y como broche de oro un fabuloso restaurant / centro cultural en el viejo museo Lord Cochrane, lugar que podría convertirse en sitio de renombre por su excelente cocina, propuesta cultural y panorámica al océano. Todo lo anterior adornado por el incesante crujir de los carros del ascensor que de tanto vecino y turista no dejan ni un solo instante de deslizarse por el cerro. Más allá; el Puerto en pleno funcionamiento, decorado por un centenar de casas de colores y bañado por la brisa fresca de la primavera. ¿Alguien podría resistirse a aquello? Lamentablemente si; la Indiferencia.

Valparaíso tiene mucho que ofrecer, pero para que ello suceda; tiene mucho que pedir. Debemos pedir respeto, consideración, cuidado, y por sobre todo, convencernos de que la solución no está en nosotros. Para que todo esto se concrete es necesario que cese la indolencia, que desaparezca la indiferencia de las autoridades, y que estas se den cuenta de la importancia que se le debe ofrecer a Valparaíso por ser una ciudad única en su especie, y aun que al parecer a pocos importe: Patrimonio de toda la humanidad.

Es necesario limarle los cuernos al toro para que cuando ose envestirnos nuevamente, se pasme al vernos subir por el ascensor Cordillera dispuestos a disfrutar de un Jardín de Mariscos y buen vino en uno de los mejores restaurantes de Valparaíso, en lo alto de una de las calles más concurridas y fascinantes del país.

27 de julio de 2010

CUATRO REMOS


A lo largo de su historia, el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso ha contado con un sinfín de abnegados y constantes servidores quienes han entregado a la institución lo mejor de si. Resulta sorprendente enterarse que entre aquella pléyade de hombres de servicio, existió uno que nunca fue hombre, pero que al igual que sus pares supo mejor que muchos servir a la ciudad de Valparaíso.
Lo llamaban "Cuatro Remos"; y se cree que su nombre, por lo demás tan de puerto, proviene de un legendario rescate que realizara. Cuenta la historia que mientras Cuatro Remos contemplaba desde la orilla el cansino movimiento de las embarcaciones, vio como por efecto de las olas un pequeño niño caía desde una de ellas. El fabuloso can sin trepidar ni un solo instante se arrojo al mar agarrando con su hocico al angustiado niño que llevó a salvo hasta la playa. De entre los admiradores que tuvieron la suerte de presenciar tan arrojado acto, uno de ellos comentó que el valiente perro, por su rapidez y pericia en el agua, al parecer contaba con cuatro remos en vez de cuatro patas.

Con el pasar, Cuatro Remos comenzó a ser reconocido por los habitantes de Valparaíso quienes se entretenían al ver como después de depositar en su hocico centavo y medio, corría hacia el vendedor de tortillas para soltar dicha moneda y recibir a cambio una de ellas. Claro está que el truco duraba poco tiempo, después de unas cuantas tortillas Cuatro Remos no aceptaba más monedas.

Como todo Caballero que se precie de tal Cuatro Remos también poseyó título, y sonaba más menos como sigue:
"Insigne cazador de ratas, persigue a todo aquel que se burle de él, rey de levas, como él no ha habido otro, distinguido miembro del Cuerpo de Bombaros de Valparaíso".

Según El Mercurio Cuatro Remos era de regular estatura, con piel parecida a la que viste el león, orejas cortadas y andar airoso, cabeza alongada y rabo pequeño.

El 30 de mayo de 1863 la autoridad de Valparaíso ordenó una barrida de perros vagos. Al enterarse de aquello los habitantes de Valparaíso quedaron con el alma en un hilo, fue necesaria la aparición de un artículo en El Mercurio para calmar y regresar el alma al cuerpo de la asustada población; Cuatro Remos no había caído en la redada.

Ya en aquella época el Cuerpo de Bomberos era una institución que todos admiraban. Antes más que ahora, incendios, ejercicios y funerales eran el centro de atracción de la ciudadanía y era de esperarse que un perro tan servicial se viera motivado a servir en él.

En el año 1863 Cuatro Remos hace su primera aparición en el Cuartel de la “Tercera”, conocida como la "Bomba del Almendral". Sus voluntarios sin problemas acogieron al nuevo integrante, claro está, sin imaginar si quiera el poderoso afán de servicio éste guardaba. Fue tal aquel, que de él se cuenta que en medio de la noche y después de haber oído la campana de incendio se dirigía hasta las puertas en donde resaltase el distintivo bomberil de la época; - Estrellas -, rasguñando y ladrando hasta obtener respuesta de sus moradores. Esto a veces ocurría mucho antes de que el sereno o nochero diese el aviso.

Cuatro Remos llevaba prendado al cuello dos correas, la primera decía:
"OBSEQUIO POPULAR A CUATRO REMOS y la otra, obsequiada por los Bomberos, contenía la siguiente inscripción:
"A CUATRO REMOS, CELEBRE POR SUS PROPIOS MÉRITOS".

Los sabrosos platos que le eran ofrecidos en el casino de la antigua Bolsa comercial, hicieron que Cuatro Remos pasara la mayor parte del tiempo en el barrio del puerto, por lo que después de un tiempo se presentó al cuartel de la Primera donde sirvió mayoritariamente hasta el día de su muerte. En este barrio una noche de 1865, y como era costumbre, quedó encerrado en su fugaz dormitorio debido a que los dueños no quisieron despertar a tan celebre visita al retirarse de sus labores, no sin antes dejarlo bien guarnecido de alimentos. ¡Pues incendio caramba!... El fuego había aparecido en el Hotel Aubry donde hoy se ubica el Banco de Chile en calle Prat. Cuatro Remos al despertar al tañer de las campanas del Cuartel General se vio atrapado. Fue tal el alboroto que causó al interior del estudio que debió ser rescatado por los vecinos quienes por una ventana, ya rota por las patadas de Cuatro Remos extrajeron al exaltado perro. Una vez liberado partió raudo hacia al incendio donde lo aguardaban sus compañeros que ya extrañados por el retraso lo esperaban.

Cuatro Remos ya viejo y cansado de tanta proeza y acto de arrojo parte a merecido descanso en febrero de 1872. Con él se iría una vida repleta de buenos servicios y recuerdos para el viejo perro porteño.
No hay monumento alguno que recuerde la existencia de este noble perro, pero nuestro coterráneo pintor Manuel Antonio Caro retrató a Cuatro Remos entre zapateos, guirnaldas y banderas chilenas en la famosa pintura costumbrista "La Zamacueca".

Este maravilloso perro, es sin duda el can más famoso, condecorado y recordado de Chile, otros ha habido, pero ninguno tan eximio como nuestro "Cuatro Remos".

28 de junio de 2010

EL MAR TRAJO AL FUEGO


El viejo Cuerpo de Bomberos de Valparaíso, otrora "Asociación contra incendios de Valparaíso", recibe su primer llamado al servicio la mañana del 8 de julio de 1851. A ocho días de la fundación las campanas de la vieja Bolsa Comercial tocarían a fuego dando así comienzo a una tradición de servicio que perdura hasta nuestros días.

A diferencia de lo que pudiésemos pensar, el fuego no hubo de producirse en algún edificio del barrio del puerto, tampoco en alguno del almendral, y menos en sus cerros. El fuego, habría de ser arrojado a la playa por las bravas olas del Pacífico.

El vapor “Perú” de la "Pacific Steam Navigation Company" perteneciente al marino y empresario norteamericano William Wheelwright, zozobraba en la playa a raíz del fuerte temporal provocándose más tarde un incendio al interior de las carboneras de la nave.

Por vez primera se unía la adversidad, el fuego, el fuerte viento y el temporal; para dar una bienvenida sin treguas al nuevo Cuerpo de Bomberos de Valparaíso. De la manera más adversa se enfrentarían los jóvenes Voluntarios a la que sería su primera emergencia.

El vapor había sido arrojado a la playa del Almendral, precisamente a la altura de lo que hoy es la Biblioteca Santiago Severín, apareciendo mas tarde el fuego al interior de los depósitos de carbón.

Sin duda, mucho mejor que nuestro relato será el del propio Capitán de la 2ª. Compañía de Bomberos de Valparaíso don Otto Uhde, quien describe en una carta enviada al señor Secretario de Bombas de la vieja Asociasión los trabajos realizados por la Compañía bajo su mando:

"Compañía Segunda de Bomberos"

Valparaíso, martes 8 de julio de 1851 (A las 3 1/2 de la tarde)
Señor Secretario:
"El infrascrito, capitán de la 2da. Compañía de Bomberos, se dirige a Ud., para que se sirva poner en conocimiento del Directorio, el acontecimiento que ha originado el servicio de la Bomba a mi mando.

A las diez de la mañana de este día, se me dio parte por el Secretario del Cuerpo, que el vapor inglés "Perú" (propiedad de la Compañía del Pacífico) que hace la rotación de la quincena en estas costas i varado a las 8 de la mañana en la playa del Almendral, a consecuencia del recio temporal que estamos experimentando; daba principio a incendiarse en este estado, el carbón que sirve de combustible a su bordo. En el acto pasé a la casa-habitación del Señor Superintendente de bombas, a quien noticiándole esta nueva ocurrencia, personalmente me acompañó al depósito de bombas. Se ordenó se tocase la campana de alarma o de incendio, i a los cinco minutos la 2ª Compañía pudo disponer i conducir su Bomba al punto del incendio, bajo la dirección de todos sus subordinados oficiales, i como 50 voluntarios, más o menos, que en tan corto tiempo pudieron organizarse.

Puede decirse que nuestra bomba prestó servicios al buque incendiado desde las once del día, i tan eficaz que a pesar de la voracidad de las olas, la incesante lluvia, el desorden, i confusión que con nuestros esfuerzos i disciplina pudimos vencer; hasta estos momentos, el fuego está totalmente sofocado i la bomba de mi mando con útiles en depósito.

De más creo recomendar al Directorio, como el vecindario de Valparaíso, la especialidad de tal o cual oficial, de tal o cual voluntario en sus servicios, baste decir a Ud. que la 2ª Compañía, los valientes y entusiastas oficiales y voluntarios, que a la primera señal tomaron posesión de su Bomba, se han conquistado la admiración i aprecio de los nacionales i extranjeros que han presenciado las cuatro horas de un servicio incesante i valeroso, trabajando en su mayor tiempo con el agua al pecho y luchando siempre con todo lo imposible que pudiera oponérsele.

La 2ª Compañía de Bomberos agradece cordialmente los servicios que le han prestado los muy apreciables capitanes de la 1ª i 3ª Compañía de Bomberos.

La 2ª Compañía de Bomberos ha pagado con dinero sonante el servicio de algunos hombres del pueblo que llamó en su auxilio en los momentos del trabajo.

Aceptad, señor Secretario, mis salutaciones afectuosas.

OTTO UHDE, Capitán
JOSÉ ANTONIO MERCADO, Secretario-Tesorero

La prensa publicaría más tarde:
"BOMBEROS.- Valparaíso puede vanagloriarse de tener en su seno hombres entusiastas y capaces de poner en peligro su vida, sin otro interés que el de salvar las propiedades amenazadas, por el sólo hecho de hacer el bien. Ayer han dado prueba de ello".

He aquí el primer incendio al cual debió concurrir el Cuerpo de Bomberos de Valparaíso. En él se mezclaron la lluvia y el temporal, el viento norte y el bravo mar. Se enfrentaron por vez primera el fuego y los Bomberos, la desgracia y nuestra ayuda, la lucha desigual, disciplina y empeño.

Desde aquel día y con toda justicia, tal como lo afirmara Joaquín Edwards Bello décadas más tarde, se dirá que “El pulso de la ciudad está en la bombas”.

28 de mayo de 2010

LA TRAGEDIA DEL TRANQUE MENA


En un lindo cerro de Valparaíso, el mismo que eligiera Pablo Neruda para establecerse y así poder “Vivir y escribir tranquilo”, y lugar donde viviera el recordado libretista nacional Arturo Moya Grau, hubo de ocurrir hace más de 120 años una de las más grandes tragedias que recuerde el puerto.


En los terrenos del regidor don Nicolás Mena, los que ocupaban casi en su totalidad el cerro Florida, hallábase un gran tranque que aseguraba el regadío de sus tierras, fábrica de hielo y de cerveza.


La gran represa se hallaba situada aproximadamente a 270 metros del nivel del mar y era capaz de almacenar cerca de 60.000 m3. El tranque medía en su base 40 metros y en su parte superior 15 metros con una altura de alrededor de 17 metros. A él se accedía por la calle que continua a Yerbas Buenas alojándose al fondo del ceno que forman los cerros Florida y Yungay por sobre el “Camino Cintura”, actual avenida Alemania.


Corría el 10 de agosto de 1888 y una gran lluvia azotaba la ciudad. Al día siguiente cerca de las 08.00 horas se sintió un gran estruendo que estremeció a los habitantes del cerro Florida y sus alrededores. Las grandes paredes del tranque habían cedido a la inmensa presión del agua y en pocos segundos más de 60.000.000 de litros de agua más toda una inmensa carga de desperdicios descendía sin control arrasando con todo lo que encontraba a su paso, principalmente por las calles Yerbas Buenas y General Mackenna.

He aquí tal vez la inspiración que tuviera el cantautor porteño Osvaldo “Gitano” Rodríguez al referirse en su canción al sino trágico de Valparaíso;


Y vino el temporal y la llovizna con su carga de arena y desperdicios.

Por ahí paso la muerte tantas veces la muerte que enlutó a Valparaíso".


La gran masa de barro e inmensos escombros quedó esparcida entre las plazas de Aníbal Pinto y de la Victoria cubriendo el lugar con más de 1 metro de escombros bajo los que yacían cerca de 70 personas sin vida, muchas de las cuales serían arrancadas junto a sus casas por la mortal avalancha.


La catástrofe pudo ser evitada si es que las autoridades hubiesen puesto la atención necesaria a las denuncias que se venían haciendo hacía más de dos años respecto del peligro que significaba dicho almacenamiento de agua en la parte alta de Valparaíso. Sin embargo nada se hizo.


El hijo de don Nicolás Mena, don Marcelo Mena Luna (1860-1932), tal vez cargando en su conciencia la horrible tragedia que ocasionara el descuido de su padre, antes de morir destinaría una cuantiosa fortuna para la creación de una fundación que construyera un hospital para niños que recibiría el nombre de Marcelo Mena y que popularmente se conoce como “Consultorio Mena”.


En la actualidad una inmensa roca de varias toneladas puede ser vista encajada a un costado de la escala Murillo la misma que recorre en paralelo al ascensor Florida, y que es mudo testimonio de la fuerza que tuvo la avalancha.
En el mismo cerro una calle principal y plaza recuerdan el apellido de ésta familia porteña que por desgracia apellidan una de las tragedias más grandes que ha sufrido Valparaíso.

20 de mayo de 2010

LA CUEVA DEL CHIVATO

Valparaíso alcanza uno de sus puntos más estrechos en el sector donde hoy se sitúa el edificio del diario El Mercurio. El apretado trozo de tierra nace a los pies del cerro Concepción descendiendo por el pasaje Ross para toparse con calle Blanco y finalmente desembocar en la avenida Errázuriz, donde pasada la línea del tren y el malecón; se cae al océano más grande del planeta.

El origen de la cueva nunca ha sido esclarecido. Algunos creían que ésta se debía a viajas excavaciones mineras efectuadas en los tiempos de la colonia; otros pensaban que la cueva se había formado por razones naturales; pero una gran parte de los habitantes de Valparaíso creía a pies juntillas que la cueva había sido formada por obra del mismísimo demonio.


La cueva se ubicaba cerca de peligrosas rompientes que el mar azotaba con furia en los meses de invierno, lo que otorgaba al lugar un aura maldita que esparcía con mayor fuerza entre los porteños un miedo sin consuelo.


En aquel lugar, hoy tan concurrido, existía una misteriosa y temida cueva habitada por un chivato demoniaco que por las noches atrapaba a los incrédulos porteños que merodiaban el lugar. El maldito peñasco no sólo era temido por quienes por allí osaban dar paso, sino también por los barcos que descansaban en la bahía y que al más mínimo soplón de norte se veían atraídos hacia las afiladas rocas, los que sin importar la pericia de la maniobra se incrustaban en los acantilados convirtiéndose en astillas, perdiéndose toda tripulación y mercancía.


Tan frecuente fueron los accidentes que se produjeron en éste lugar que fue llamado por los marineros: “Cabo de Hornos”, pues el acantilado del puerto era tan infernal como aquel existente en nuestros límites del sur.


La leyenda cuenta que el demonio se acercaba al océano para atrapar a las sirenas que peinaban sus cabelleras en los roquerios. Los porteños aseguraban que en las noches se aparecía el diablo con la apariencia de un robusto chivo que con su mirada hipnotizaba a sus víctimas impidiendo así su fuga. Los que lograban encontrar huída lo hacían desenfrenadamente hacia el mar donde encontraban la muerte destrozándose al caer en las rompientes donde se podían ver restos de animales y huesos humanos, todos sin rastros de sangre.


La historia que ha pasado de boca en boca por los porteños durante más de 100 años cuenta la historia de un hombre que en la noche más oscura y tormentosa de todas las que pueda imaginarse el puerto, junto a su nave fue a estrellarse en los temidos acantilados. Al lograr desembarcar en las rocas con las costillas afuera y repleto de sangre, pudo observar la maldita cueva, y cerca de ella sintió el llanto y súplicas de algunas mujeres de la tripulación. Las súplicas serían escuchadas por el maldito Chivato, y al ver la sombra que tomaba a las mujeres y las arrastraba hacia los confines de esa cueva de la muerte hubo de desvanecerse pensando que allí moría. Al otro día, al despertar, pudo darse cuenta que era el único sobreviviente.


Con el correr de los años la llegada de la dinamita hizo desaparecer la cueva y permitió el establecimiento del comercio, el lugar pasó de ser llamado “Cabo de Hornos” a “Calle del Cabo”, en la actualidad calle Esmeralda.


A contar de los siglos XVII y XVIII se comienzan a levantar, tímidamente, algunas casas en el sector. En el año 1814 a petición de la asustada población la policía instala un farol para brindar un poco de luminosidad al lugar y hacer más seguro el paso entre el Puerto y el Almendral.


A fines del siglo XVII el comerciante Joaquín de Villaurrutia adquirió dichos terrenos, incluyendo la temida “Cueva del Chivato”, la que fue dinamitada parcialmente para construir allí las bodegas que utilizaría para almacenar sus mercancías. A poco de andar la mala fortuna comenzó a rondar a de Villaurrutia presentándosele problemas de variada índole.

Premunido de una fragata, de Villaurrutia pretendía mantener el régimen colonial, la que a poco de andar cayó en manos de los patriotas en el año 1821. La mala suerte continuaría y el barco pondría fin a sus días estrellándose en los roquerios existentes frente a la “Cueva del Chivato” el año 1839.


En el año 1833 Mr. Waddington adquiriría gran parte del cerro Concepción, “Cueva del Chivato" incluida. Waddington ordenó la demolición de la cueva haciéndola desaparecer por completo. Según se cuenta la maldición de la “Cueva del Chivato” también alcanzó a Waddington.


En el año 1830 marineros ingleses ingresaron a la temida cueva y expulsaron de ella a un grupo de delincuentes quienes habían ubicado allí su centro de fechorías, siendo ellos y no el demonio los causantes de tanto delito atribuido al diablo.


Una placa incrustada en la roca y cubierta de las enredaderas que caen del cerro recuerda el lugar donde estuviere la mítica cueva. (Antigua Cueva DEL CHIVATO).

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Placas como estas se encuentran en otros rincones de Valparaíso y nos cuentan lo que allí existió en tiempos pasados, como así también los antiguos nombres de las calles.
Las placas serían iniciativa de Renzo Pecchenino “Lukas”
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17 de mayo de 2010

EL VALPARAÍSO DE DAVID PORTER


David Porter fue un destacado marino de los Estados Unidos; comandante de la fragata Essex que zarpó desde Filadelfia con el propósito de hostigar a la marina mercante inglesa del pacífico a raíz de la guerra entre ambos países declarada en junio de 1812.

La primera recalada de la Essex en el puerto de Valparaíso se registró en marzo de 1813, no sin antes atravesar el “Cabo de Hornos” convirtiéndose en la primera nave en la historia de la armada estadounidense en cruzar el más austral de los tres grandes cabos de la zona meridional del planeta.


La Aurora de Chile escribiría: “el día 21 de marzo de 1813 dio fondo en Valparaíso una fragata de guerra anglo-americana con 40 cañones y 350 hombres de tripulación procedente de Filadelfia, con cuatro meses y medio de navegación. Su capitán y comandante es Mr. Porter: el nombre del buque es la Essex, y viene con destino de proteger el comercio de su nación".


Tan sólo ocho días estaría la Essex recalada en el puerto siendo su tripulación amablemente atendida por los habitantes del puerto, quienes hasta nuestros días sufren de una singular efervescencia al enterarse de la llegada de alguna nave extranjera, principalmente si lo es del norte del continente.

La estadía en costas sudamericanas hubo de ser fructífera para el capitán Porter, logrando para si doce naves y un suculento botín.


El 15 de febrero de 1814 volvía Porter a Valparaíso para abastecerse y tomar rumbo a su país, no sin ser asechado atentamente por los ingleses, situación no desconocida para el capitán Porter.

El 28 del mismo mes encontrándose la Essex en nuestra bahía vio aparecer en el horizonte los buques fragata ingleses Phoebe y Cherub, comandados por el comodoro James Hillyar, cuyo poderío sobrepasaba al suyo.

El comandante Hillyar exigió la rendición de Porter, rendición que no fue acatada preparándose la Essex para el combate que se libraría frente a los cerros Barón y Los Placeres.


La batalla fue cruenta y se prolongó por más de tres horas dando muerte a casi todos los oficiales y tres cuartas partes de la tripulación de la Essex, situación que obligó a Porter a rendirse.

Cuando James Hillyar subió a la Essex para recibir la rendición pudo observar el desgarrador escenario que mostraba una cubierta inundada de sangre y atestada de cadáveres. Los norteamericanos perderían 58 hombres, cerca de 31 desaparecidos y 65 heridos. Los británicos en cambio sólo perderían 5 hombres y registrarían 10 heridos.


Este combate es considerado uno de los hitos de la historia naval de los Estados Unidos.

En el cementerio de disidentes del cerro Panteón se encuentran enterrados los caídos del Essex.


Destacada fue la trayectoria que tendría David Porter sirviendo a la marina de los Estrados Unidos, razón por lo que una vez retirado del servicio se lo homenajea otorgando su nombre a un pueblo en el estado de Indiana el que sería llamado “Porterville”.

Pero Porter nunca hubo de sentirse cómodo con el nombre asignado en su honor y algunos años antes de su muerte solicitó a las autoridades se diera a Porterville otro nombre, uno que para él representaba gran importancia pues allí había librado su batalla más memorable.

Desde aquel entonces en el estado de Indiana hay un pueblo nombrado a honor y voluntad del marino David Porter que recibe por nombre el de “Valparaíso".

14 de mayo de 2010

EMILE DUBOIS

Seguramente el nombre de Luis Amadeo Brihier Lacroix no nos diga mucho, no así el de Emile Dubois, el que sin duda nos hará recordar la historieta fugaz y entre oída en alguna conversación que tuviera como fondo; el infausto manto que durante su larga historia ha cubierto a Valparaíso.

Luís Amadeo Brihier Lacroix; popularmente conocido como Emile Dubois, nació en Pas de Calais, Francia, el 29 de abril de 1867.

La crónica publicada en el diario El Mercurio el 16 de junio de 1906, a propósito de su detención, lo describe como de estatura mediana y contextura bien organizada. Bigote y perilla rubia y peinada hacia atrás. Su mirada y frente denotan altivez y audacia. A menudo solicitaba préstamos de dinero, valiéndose de mentiras que denotaban su habilidad, adquiriendo entre no pocos la fama de petardista.

Según la novela de Patricio Manns “La vida privada de Emile Duvois”; Dubois poseía la catadura de los tipos extraordinarios, aquellos que mueren por sus ideas o por sus excentricidades. Además agrega, que Emile Dubois fue un aventurero culto y que durante su vida, junto con cometer atroces crímenes, realizó un sinfín de otras actividades como por ejemplo: escribir una obra de teatro que dirigió y actuó en el teatro La Comedia de Barcelona, España; ser comandante guerrillero en Colombia; dirigente de los obreros bananeros en Ecuador; ingeniero de minas en Bolivia y entrenador de fútbol en Buenos Aires.

Al arribar a Chile ya contaba con una lista de personas que debía asesinar, todos ellos usureros extranjeros o hijos de estos. Según el juez Santiago Santa Cruz, quien lo condenó, la sed de venganza y muerte de Dubois se debía a la suerte corrida por su familia la que había sido timada por uno de estos.

Emile Dubois no escatimaba rudeza al cometer sus crímenes, los que principalmente cometía ayudado de un “tonto” de goma y una daga.


El primer asesinato lo comete en Santiago el 7 de marzo de 1905, siendo su víctima Ernesto Lafontaine, contador general del molino San Pedro, en sus oficinas de calle Huérfanos. Junto con el robo Dubois destruyó todos los muebles.


El 4 de septiembre del mismo año, ya en Valparaíso, es asesinado el comerciante de 65 años de edad Reinaldo Tilmanns en la bóveda de su almacén de importaciones de calle Blanco.


El 14 de octubre del mismo año, corre igual suerte un acaudalado y conocido comerciante alemán, de 55 años de edad, Gustavo Titius. Hubo robo, pero esta vez no se dio a la tarea de destrozar muebles.


El 4 de abril de 1906, en la puerta del domicilio del Pasaje Ludford de Valparaíso, agredió a puñaladas al comerciante francés Isidoro Challe, quien se recuperó más tarde.


El 2 de junio de 1906, cerca de las 18.30 horas, se encontraba en su estudio el dentista norteamericano Charles Davies, ubicado en la plaza Aníbal Pinto, cuando escuchó ruidos extraños en la puerta de calle, sorprendiendo a un individuo que trataba de ingresar. Increpado por Davies, el hombre negó tener malas intenciones, pero cuando conversaban, Dubois extrajo un garrote de goma y le asestó un golpe en la cabeza. Sin embargo, esto no abatió al corpulento dentista, quien comenzó a dar fuertes gritos de auxilio, lo que motivó la concurrencia de varias personas, Dubois se vería obligado a darse a la fuga.

La huída tomó rumbo por la calle Melgarejo, perseguido por transeúntes y un guardián de facción en la plaza Aníbal Pinto, quienes gritaban "¡al pillo, al pillo!". Frente al pasaje 6, fue tomado por el guardián. Sin embargo, logró zafarse y siguió su carrera hasta Errázuriz, donde finalmente fue capturado.


Ante la policía dijo llamarse Emile Dubois Morales o Murralley, que era ingeniero de minas, incluso portaba tarjetas de visita como tal. En su huida había dejado caer una daga de acero que se ataba a la muñeca, un manojo de llaves ganzúas, el "tonto" de goma y una linterna.

Emile Dubois contaba con 38 años de edad y aseguró que había nacido en Francia, aunque arribó al país con que papeles que señalaban como lugar de nacimiento Bogotá, Colombia.


El Mercurio de Valparaíso tituló el asesinato de Titius: "Nuevo crimen en el centro comercial. El señor Gustavo Titius asesinado en su oficina. Cómo se encontró el cadáver. Las primeras diligencias de la justicia. Quién era la víctima. Indignación pública por el suceso".

La prueba que finalmente lo inculpó, fue un reloj Waltham que había pertenecido a Lafontaine y que con el nombre de Luis Brihier, habría empeñado en la agencia “La Bola de Oro”. El proceso a cargo del juez del crimen de Valparaíso, Santiago Santa Cruz, fue implacable, y ni el indulto que su abogado pidió al presidente Pedro Montt y que el Consejo de Defensa del Estado le negó por una mayoría de nueve votos, lo salvaron. Emilio Dubois fue condenado a muerte por el homicidio de Ernesto Lafontaine.

En la cárcel de Valparaíso, a la espera del pelotón de fusilamiento lo sorprende el terremoto del 16 de agosto de 1906. Debido al desorden se cree que Emile Dubois se ha fugado, por lo que se ordena realizar una revisión, encontrándoselo bajo algunas latas y luciendo una apariencia completamente distinta. Se había afeitado la pera y sus esposas habían sido limadas. Interrogado en el acto, contestó que un compañero de prisión le había proporcionado un poncho y un sombrero y que había hecho limaduras; pero que no tenía intención de fugarse. (El Mercurio, 25 de agosto de 1906).

El 27 de marzo de 1907 Dubois debió cumplir con la sentencia. Una hora antes del fusilamiento, Dubois formuló declaraciones a los periodistas, entre los que se encontraban dos representantes de "La Nación" de Buenos Aires.

El Mercurio reprodujo, entre otros, el siguiente diálogo, que reflejaban la gélida tranquilidad de Dubois:


"Nos dirigimos entonces a hablar con Dubois. Al vernos, éste exclamó:

"Han llegado ustedes muy temprano, la ceremonia será a las 8".

-Sí, Dubois, hemos venido cumpliendo con nuestro deber.

"Ah, ya lo sé, el deber de contar todo, es muy natural, hoy es lo más interesante".

- Usted demuestra mucho valor, le dijimos.

"Ah, no; el valor lo demostraré más tarde, aún estoy en mi celda; cuando esté ante la boca de los rifles, entonces estaré valiente, aquí todavía no hay peligro, aquí estoy tranquilo. En mi vida he sentido el silbido de las balas muchas veces, hoy sentiré su efecto".

- No queremos molestarlo más. Adiós Dubois, valor.

"Antes me decían ustedes, "hasta otro día", hoy me dicen "adiós", tienen mucha razón. Adiós, señor".


Frente al pelotón de fusilamiento, se negó a toda costa que le vendaran los ojos, y luego pronunció un tranquilo discurso a los presentes, terminando con la palabra, en tono de orden: ¡Ejecutad!


El día anterior se había casado en la cárcel con su conviviente Úrsula Morales, que no escatimó esfuerzos para lograr el perdón o indulto de Dubois. En el mismo acto reconoció a su pequeño hijo.


"Yo no soy un asesino, sino un santo". Replicó a los fusileros antes de morir, no si antes indicarles: “¿Sabéis dónde se encuentra el corazón, muchachos?” colocando la boquilla de su pipa sobre su pecho para marcar el sitio exacto donde debían apuntarle.

“Se necesitaba de un hombre que respondiese de los crímenes que se cometieron y ese hombre he sido yo. Muero, pues, inocente por no haber cometido yo esos crímenes, sino porque esos crímenes se cometieron. Ejecutad”. (Emile Dubois, en El Mercurio, 27 de marzo de 1907).

Sus restos fueron sepultados en algún lugar del cementerio de Playa Ancha. En el sitio en que la tradición dice que están sus restos es hoy un lugar de veneración donde la gente agradece los favores concedidos.