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VALPARAÍSO EN EL TIEMPO...

ADVERTENCIA AL LECTOR

Al igual que Valparaíso, ésta simple recopilación de artículos y hechos, todos con más o menos relación con el puerto, no guarda orden algun
o y a veces escapa a la credibilidad.

EL EDITOR.-

4 de octubre de 2010

18 de septiembre en el Pasaje Prefecto


Es 18 de septiembre y por una estrecha escalera que parece no conducir a ningún lugar va lento y pensante Pablo Neruda. Hace poco ha dejado “La Sebastiana” y se apronta a tomar el ascensor Florida. Está contento, pues hoy celebrará un nuevo aniversario de la inauguración de aquella casa alada y firme, un poco solitaria y de vecinos casi invisibles.

La escalera que parece no llegar a ninguna parte desemboca en un pasaje escondido en las caderas del cerro, dibujado entre los límites imaginarios que trazan los colores de sus casas y que lleva por nombre el de Prefecto Lazo.

Luego de dar algunos pasos llega hasta calle Marconi (Guglielmo Marconi), premio Nobel al igual que él, quien por haber desarrollado la telegrafía sin hilos, jamás haber estado en Valparaíso, y menos haber legado a gran parte del mundo su poesía imperecedera, apellida una calle del cerro Florida. Pero a Neruda aquello no ha de importarle.

Al entrar al ascensor y captar las miradas de sus compañeros de descenso decide echar la vista al pacífico, y tal vez quién sabe, recordar: “Que se entienda, te pido, puerto mío, que yo tengo derecho a escribirte lo bueno y lo malvado y soy como las lámparas amargas cuando iluminan las botellas rotas”.

Casi 50 años más tarde “Santiago es Chile” se sumía en un delirio insostenible por celebrar a como diera lugar sus 200 años pretendiendo para ello comprimirlos en sólo cuatro días y una cápsula. Pero por suerte no todo estaba perdido.

Los vecinos del pasaje Prefecto Lazo hubieron de organizarse para celebrar estas fiestas patrias al compás de notas más amables y sin la necesidad de izar mega banderas. En aquella fiesta de barrio no se exaltó el chovinismo que por estos días fue el pulso obligado del país, por el contrario, el pasaje fue adornado con ramas de eucaliptus, banderitas chilenas y la alegría de los niños que corrían ensacados mientras el cielo se cubría de volantines.

Un poco más arriba una vecina con mano de monja ofrecía empanadas de horno al resto de sus vecinos. Deliciosas, con tres aceitunas, carne en trozos, cremosas y capaces de noquear al más estricto de los paladares.

En esas fiestas pudo rescatarse el paso cansino del Chile de antaño que no requería de grandes supermercados ni malls con puertas automáticas y escaleras mecánicas para abastecerse y poder disfrutar junto a los suyos de esas fiestas con gusto a campo y que recuerdan los albores de nuestra independencia.

Aquí existen los almacenes de barrio, con olor a pan y gatos echados en el mostrador haciendo las veces de guardia, sus puertas siempre están abiertas y de sus escaleras de piedra a lo más crecerá el musgo y unas cuantas flores.

Así, entre niños jugando, vecinos, barrio, cerro, parrilla en la vereda, banderitas al viento y una que otra vecina primorosa capaz de hacer entonar el mea culpa al solterón más empedernido, hubo de conmemorarse el inicio de nuestra vida independiente, alejado del mundanal carnaval dieciochero y a la sombra del poeta que aquella tarde, seguro estoy, vi caminar fugaz entre la multitud y la música rumbo a “La Sebastiana”.

¿Sabes por qué a Valparaíso le dicen "Pancho"?
















Se presume, porque nada puede darse por sentado cuando hablamos de Valparaíso, que su nombre le fue dado por el descubridor español Juan de Saavedra en honor de la que fuera su ciudad natal: “Valparaíso de arriba”.

Otra versión nos cuenta que los soldados del navegante genovés Juan Bautista Pastene le darían el nombre de “Val del paraíso” (Valle del Paraíso), el que con el correr del tiempo se transformaría en el que hoy conocemos.
No satisfecho con aquello, y sólo porque Valparaíso es una ciudad excepcional por donde se le mire, hubo de generar para si un simple pero a le vez cálido sobrenombre: “Pancho”.

Aparentemente aquel le sería otorgado por los marinos que ingresaban a la costa y divisaban desde la distancia a la iglesia San Francisco. Su rojiza torre servía de faro destacándose entre los cerros y convirtiéndose en referencia obligada para quienes al verla sabían que por fin habían llegado a Valparaíso, pues allí estaba la iglesia San Francisco. Allí estaba “Pancho”.

Sin perjuicio de lo anterior no debemos olvidarnos que nuestros antepasados porteños, los “Changos”, le darían al lugar el nombre de “Aliamapu”, que en mapudungún quiere decir "tierra quemada", por lo que se puede deducir que la presencia de incendios en Valparaíso no ha de ser nada nuevo.

He aquí la razón del por qué fuimos, entre otras cosas, pioneros en la organización del primer Cuerpo de Bomberos del país, fundado el 30 de junio de 1851.

Al parecer el destino de Valparaíso está inefablemente atado al fuego, pues toda desgracia natural o provocada por el hombre da como resultado un gran incendio. El bombardeo español de 1866 provocaría grandes incendios al igual que el terremoto de 1906, que más que provocar daños a consecuencia de su fuerza, habría de iniciar violentos incendios que destruirían casi en su totalidad el barrio del Almendral e importante parte del Puerto. Otro gran incendio y explosión se produciría el 1 de enero de 1953 y costaría la vida a 36 Voluntarios del Cuerpo de Bomberos.

Para Valparaíso los incendios han sido históricamente su talón de Aquiles. Su construcción compuesta básicamente por tabiquería, el fuerte viento que aviva la más mínima de las llamas y el descuido constante de los porteños, la convierten en escenario propicio para que el fuego actúe a sus anchas.

Ha de ser difícil en nuestros días encontrar ciudades alrededor del globo en las que ocurran tantos incendios como en Valparaíso, pues así y todo no existe una real conciencia social al respecto, los planes de prevención emanados de la autoridad son casi inexistentes, y los Bomberos nunca logran vender los suficientes números de la rifa para apalear los altos gastos operacionales que significa mantener a uno de los Cuerpos de Bomberos más atareados del país.

La vieja iglesia puesta en pie por la comunidad franciscana ya había sufrido un gran incendio el año 1983. En aquel entonces la conciencia patrimonial ciudadana y de las autoridades no era ni la sombra de lo que es hoy, e igualmente pudo ser restaurada. Con lo anteriormente dicho; no quiero decir que la conciencia patrimonial a la que se ha llegado hoy sea la adecuada, para ello aun nos falta mucho camino por recorrer.

Hoy nuevamente el fuego ha vuelto a mostrarnos su danza humeante, la misma que tantas veces ha sacudido a los porteños al compás de las sirenas del Cuerpo de Bomberos, ésta vez claro, tomando por presa a un importante símbolo de la ciudad.

Pasará largo tiempo para que podamos ver a la iglesia San Francisco nuevamente recibiendo a los fieles del cerro Barón con sus puertas abiertas de par en par. Sabremos de colectas, de rifas, de bingos, de decepciones, de quienes rajarán vestiduras y de quienes evadirán responsabilidades, pero más temprano que tarde la veremos nuevamente erguida con su interior pulcramente barnizado, y así cada vez que algún forastero nos pregunte por aquella torre rojiza en el cerro podamos, repletos de orgullo, responder con aquella famosa pregunta: ¿Sabes por qué a Valparaíso le dicen Pancho?