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VALPARAÍSO EN EL TIEMPO...

ADVERTENCIA AL LECTOR

Al igual que Valparaíso, ésta simple recopilación de artículos y hechos, todos con más o menos relación con el puerto, no guarda orden algun
o y a veces escapa a la credibilidad.

EL EDITOR.-

7 de abril de 2011

Valparaíso y don Benjamín Vicuña Mackenna II.


En aquellos primitivos años el Almendral había sido asignado al conquistador castellano Diego de Ulloa, en premio a los servicios prestados en sangrientos combates en contra de los araucanos; siendo la fecha de su título legal, 1613. Cien años después, el superior de la Merced, Jerónimo de Vera, asociado al cura de la Matriz, compró el lote principal en dos mil dólares, vendiéndolo a su vez por quintas y chacras a los arrieros del Puerto de Santiago. Convirtiéndose tal vez en uno de los primeros en lotear Valparaíso.

El botánico francés Feuillée, quien visitó el Puerto en 1712, dirá de él: “La aldea del Almendral se extiende a una corta legua de Valparaíso, y desde a poco, cuando se acude al Puerto a extender algún acto legal, nunca se omite declarar oficiosamente: Vecino del Puerto". Tal como quien dijese un ciudadano del Sena o de Londres.

En los días de la guerra de la Independencia el Almendral casi no tenía valor para las construcciones, debido al temor de las irrupciones del océano que ya había salido tres veces (terremotos de 1647, 1730 y 1751). Por aquella razón las tierras del Almendral se destinaban al cultivo de vegetales y de algunos árboles frutales. El verdadero Almendral estaba situado en la Cabritería, y es digno de saberse que la avenida Pedro Montt debe su forma al hecho de haber sido cancha de carreras de arrieros y muleros.

Los cerros de Valparaíso eran lóbregos y desiertos. El que limita con calle de la Planchada (Serrano), era ocupado por el gran Castillo blanco o de San José, arruinado completamente por el terremoto de 1822; en el cerro Alegre existía una cancha de chueca, asignada como campo de deporte a los indios de la Rinconada, cuyo último cacique fue Alonso Ventura. Estos eran los pescadores sobrevivientes de la tribu de Quintil (nombre indígena de Valparaíso).

Así eran las dos ciudades del Puerto de Santiago. El Almendral, ciudad de arrieros, pescadores y carreteros; y el Puerto donde habitaban empresarios del mar, quienes arrendaban sus barcos para los inevitables viajes al Callao, a Penco, e incluso hasta la isla Juan Fernández. Las livianas naves eran amarradas a simples maderos situados en el punto exacto donde hoy se ubica la plaza Echaurren.

Los ingleses fueron los primeros en la acción. Establecido el libre comercio con todas las naciones por la ley liberal dictada en 1811. Fueron dos los hermanos ingleses, Messrs, John y Goseph Crosbies, de Londres, quienes tuvieron el honor de ser los mensajeros del comercio anglo-chileno, enviando desde el Támesis la primera expedición a nuestros puertos. El bergantín Fly llegaba a Valparaíso cargado hasta el tope; quincallería inglesa, herramientas de acero, lanas, objetos de lienzo y algodón; y con instrucciones de retornar cáñamos y cobre a Europa, donde estos artículos marcaban un record de precio. Era toda una novedad el provisto Fly para los porteños del 1811.

Por esos años la barca Rosalía transportaba el siguiente cargamento al Perú:
Ponchos, 355;
Quesos, 210;
Cestos de papas, 100;
Palos de leña, 7.500;
Estribos de palo, 306;
Costillares, 134;
Pieles de carnero, 400;
Jabones de lavar, 385;
Nueces, 15.000;
Tortas de alfajor (con dulce de almendras), 12;
Hallullas de grasa, 200;
Lenguas secas, 24 docenas;
Y esclavos sin lengua, 14.

6 de abril de 2011

Valparaíso y don Benjamín Vicuña Mackenna.

















A comienzos del siglo XVI Valparaíso era dependencia de Quillota, desde la cual su corregidor viajaba en mula para otorgar su permiso cada vez que un barco aparecía en la boca del puerto (lo que no ocurría más de dos veces al año) para continuar camino a Arica o el Callao, únicos puertos abiertos al comercio por la autoridad real. El comercio se constituía únicamente por el trigo, charqui y el sebo.
En lo que respecta a lo religioso Valparaíso fue una pendencia del cura de Casablanca, quien en tiempo de Cuaresma viajaba hasta Valparaíso para hacer misa a los marineros del par de embarcaciones, que a lo sumo, había en la bahía, congregando así al interior de su pobre iglesia las almas de estos bravos hombres.

Valparaíso no podía ser llamado puerto o ciudad, más era medio convento y destartalada fortaleza. Sus límites geográficos, por llamarlo de alguna manera, entre el Castillo de San Antonio y el extremo oriente, en aquel entonces llamado Cruz de Reyes (Almitante Gómez Carreño), era habitado por los conventos de Santo Domingo, residencia de los Jesuitas hasta el año 1767; de San Francisco con su plazuela al frente y donde más de alguna vez se verían corridas de toros; y finalmente el de San Agustín.

Los conventos daban espacio a las grandes y ordinarias bodegas techadas de teja emplazadas a la orilla del mar desde donde se embarcaban los frutos del país directamente a sus costales, no existiendo otro muelle más que las espaldas del arriero que desde los valles interiores transportaba el trigo y el charqui hasta la orilla.

Casi la totalidad de la calle Prat era ocupada por las bodegas de las ricas familias Iñiguez, Manterola y Varela; siendo estas, en su mayoría, construcciones de robusto adobe y techos de paja las que poseían largos corrales para guarecer a las mulas y dar depósito a los costales. Dichos corrales ocupaban la que hoy conocemos como calle Cochrane.
Hasta entonces la venta de terrenos poseían invariablemente estos límites singulares: “Hasta las arenas del mar y hasta donde el comprador cave el cerro”. Los cerros Alegre y Concepción no valían siquiera un céntimo.

El estrecho espacio entre los peñascos y la playa otorgaba un incómodo recoveco por donde pasaba la callejuela llamada vanidosamente “calle”; allí se encontraban los domicilios, todos abigarrados. La totalidad de las casas eran de un piso y poseían corredores sostenidos por gruesos pilares (horcones), cortados de las quebradas.
El Almendral, no era más que una lejana y arenosa playa con la cual no se mantenía comunicación alguna.

Llamará la atención que una de las calles más transitadas y animadas de Valparaíso, haya sido un estrecho desfiladero rodeado por el bravo océano. La calle del Cabo, hoy Esmeralda, era de las más temidas.

Años más tarde Mr. Searle propondría al Gobernador Portales extender la ciudad dinamitando al cerro Concepción; no concretándose dicha empresa a raíz del temor del vecindario.

Más allá; a poco andar de lo que fuere estacionamiento de carretas y basurero, y que hoy conocemos como la Plaza de la Victoria, aparecerían dos grandes esteros; el primero denominado de las Piedras y más tarde de Jaime (avenida Francia); más allá el estero de las Delicias (avenida Argentina) dividía el Almendral de los terrenos del señor Polanco; delgada línea de tierra a cuya chacra solían ir las buenas familias de Valparaíso. El cerro del Morro, hoy Barón, cerraba la bahía y el plano en esa dirección.

5 de marzo de 2011

Las escaleras de Valparaíso.










Como muchos recordarán hace unos cuantos años las autoridades del puerto decidieron elaborar la llamada “marca porteña”. Después de los concursos de rigor la agencia que se adjudicó la tarea presentó un diseño que no dejaría indiferente al porteño. El afiche mostraba un sombrero al interior del cual se leía en distintos colores el nombre de nuestra ciudad. Una nube de críticas se posó sobre el infortunado afiche, sonando con mayor fuerza aquella que esgrimía que la imagen más parecía haber sido diseñada para la ciudad de Buenos Aires que para la nuestra.


Hoy después de algunos años de su aparición nada se sabe del malogrado diseño, y de seguro varios miles yacen arrumbados en alguna bodega municipal a la espera de que algún funcionario asiduo a los juegos bursátiles lo trance al kilo en la rueda de cemento.


Varios son los hitos que identifican a Valparaíso y pudieron haber sido utilizados para componer la marca porteña, entre ellos; Troles (Trolleys) y ascensores, pero no son los únicos. De seguir recorriendo el puerto nos encontraremos con otro hito, ésta vez imperecedero y no afecto a la indolencia, ni a la falta de dinero. Ellas no se oxidarán ni serán presa del olvido, por el contrario, a pesar de todo se multiplican día a día; son las escaleras de Valparaíso, sin duda un sello más de una ciudad que fue construida al pulso de sus escalones.


Valparaíso posee escaleras de todo tipo y para todos los gustos. Existe la llamada escalera de la muerte en el cerro Las Cañas, pues su inclinación produce un inexplicable vértigo y pérdida del equilibro teniendo a cuenta varias fatalidades. Están además: la escalera del Perdón del cerro Monjas, El Peral, la escalera de El Mercurio y la de Cienfiegos de calle Serrano por la cual quiso decender Jorge Luís Borges en la década de los 70’. El pasaje Apolo en Valparaíso no es un pasaje común y corriente, es una escalera. Recorrer la escalera del pasaje Bavestrello es recorrer las entrañas de un viejo edificio. El Director Holandés Joris Ivens retrató alucinado las escaleras de Valparaíso en su cortometraje llamado “A Valparaiso”, sin acento, tal como el “Valparaiso” del afiche en cuestión.


Están las empinadas, las cortas, las largas, las que se cruzan, las que se topan, las que no conducen a ningún lugar. Las hay de concreto, de ladrillos, de tierra y de madera, con y sin baranda. Las hay con musgo, peligrosas, famosas y desconocidas. No hay cerro del puerto que no cuente con una, son parte esencial de nuestra arquitectura y diseño. Son la arteria más resistente de Valparaíso.

Por ellas subió el marinero en tardes de crudo invierno, la colegiala de piernas torneadas, y uno que otro borracho después de visitar el Roland Bar.


Hace unos cuantos años aparecería publicado el siguiente aviso: “Se arrienda casa cerro tanto, de la calle tanto; soleada, con vista y escalera a la puerta”.


Pablo Neruda dirá que: “Si caminamos todas las escaleras de Valparaíso, habremos dado la vuelta al mundo.” Y cuánto de cierto hay en ello.


En Valparaíso; todas las escaleras conducen al océano Pacífico.
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Apuntes de Sara Vial.

10 de enero de 2011

El cerro Panteón de Valparaíso (Parte 1)


En la mayoría de las ciudades del mundo los muertos descansan bajo el paso de los vivos. En Valparaíso la realidad es otra, acá los muertos son enterrados por sobre los vivos; por sobre cientos de porteños que a diario transitan por una de las arterias más concurridas de la ciudad.

En Valparaíso es necesario subir hasta los tobillos del cerro para dar sepultura a los muertos. Ahí se quedarán y nunca más volverán a descender, salvo que algún fuerte movimiento los haga regresar al plan.

Cuenta Joaquín Edwards Bello que en el terremoto del año 1906 una familia se encontraba a la mesa cuando un muerto cayó del cementerio y quedó sentado en ella... “Igual al banquete de una obra de Shakespeare”. A consecuencia del mismo movimiento una vecina de la subida Elías; hoy Cümming, declaró al día siguiente que había hallado sobre unas matas de fucsias un esqueleto vestido con uniforme de soldado de la guerra del 79.

El año 1855 Valparaíso fue azotado por un violento temporal que hizo ceder parte de los terrenos del cementerio.

“un sector que comprendía más de cincuenta tumbas, en gran parte recientes, se deslizó y cayó sobre las casas de la avenida Elías, situadas 150 pies más abajo… ¡Qué espectáculo más terrible! Varias casas se encontraban totalmente destrozadas, otras, enterradas”.

“pero lo que producía la impresión más terrible, eran los numerosos ataúdes despedazados y los cadáveres en putrefacción, que se encontraban diseminados y difundían un espantoso olor”.

Según los archivos de la época aquel día muchos porteños perdieron la vida por acción del alud de ataúdes. Con justa razón se dijo que los muertos habían causado la muerte a los vivos.

Cuando los porteños van a reparar sus anteojos a la óptica “Bülling”, ó a comprar té y píldoras de eucaliptus en la Botica “La Unión”, ó a disfrutar de trozo de kuchen en el café “Riquet”; los muertos de Valparaíso penden sobre sus cabezas. Los feligreses del Cinzano también beben Borgoña con cientos de ataúdes sobre sus sombreros, y claro está, aquel hecho no impide que la sed vaya en aumento.

Después de trepar por la subida Cümming y recuperar el aliento en la plazuela del descanso, llamada “Eduardo Farley” en memoria de primer mártir del Cuerpo de Bomberos, se llega hasta calle Dinamarca; la única calle que posee el cerro.
Al caminar por sobre su huella de piedras nos toparemos con una pesada puerta de fierro oxidado dentro de la cual se abre un panorama único. Todo comienza con una réplica casi exacta de la Pietá de Miguel Ángel; tallada en el estudio Gazzeri de Roma y donada al cementerio por Juan Brown Caces. La real se conserva en la Basílica de San Pedro, nosotros para no ser menos conservamos la nuestra en la Basílica de los muertos del Panteón, cerro destinado a albergar a moradores ya fallecidos. El cerro también es habitado por algunos vivos, pero no se crea que son mayoría, los primeros ganan por cientos.

Tras imponentes columnas dóricas aparece el cementerio Nº 1, y al fondo, más allá del más allá, es posible observar entre vírgenes y ángeles guardianes un océano pacífico a veces azul y otras verde que muerde las playas de Valparaíso.

“Nada es menos fúnebre que este cementerio rozagante y florido donde gorjean, revolotean y retozan un mundo de pájaros, mariposas e insectos… Desde el ingreso, una atmósfera cargada de suaves aromas sorprende y regocija el olfato. La ensenada azulosa aparece cubierta de navíos y surcada de pequeñas embarcaciones; después, a través de un rumor confuso, el oído distingue el canto alegre de los trabajadores y los flujos incesantes de la marea”.

(1)Max Radriguet, 1841-1845.

Como todo cerro que se precie de tal el Panteón contó con ascensor. Este corría por la ladera de la subida Ecuador y aun es posible distinguir sus cimientos. Inaugurado en el año 1901 prestó servicios hasta el año 1952. Al parecer los dividendos generados el 1 de noviembre no eran los suficientes para mantener al ascensor Panteón el resto del año.

Tres son los cementerios que acoge el cerro Panteón: el Nº 1, el Nº 2 y el de Disidentes o inglés.

Ya sabe, si es que algún movimiento terráqueo lo sorprende en las inmediaciones de la plaza Aníbal Pinto, junto con esquivar alguna cornisa asegúrese de evitar que un ataúd le caiga encima.

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(1)Secretario del almirante Dupetit-Thouars, quien comandaba las fuerzas navales francesas en el océano Pacífico

Voces en el Panteón, Historias y Personajes del Cementerio Nº 1 de Valparaíso, Textos de Patricia Štambuk M.